Sunday, October 14, 2007

Doctor Francia - 2






From Neruda's Canto General (V:1):


The Paraná among the tangled, humid and pulsating

Regions of other rivers

the Yabebirí: that web of waters.

And Acaray, Igurey, twin jewels colored

With quebracho and surrounded by the thick branches

Of copal trees,

goes on toward atlantic savannahs

Brushing along the delirium of the purple nazarene,

And the roots of the curupay plant in its sandy dreams.


The hot silt and the thrones of the devoring caiman

Amidst pestilence

Doctor Francia crossed over to the seat of Paraguay

And lived among rose windows

Of pink masonry

Like a sordid, imperial statue

Covered with the veils of the shadowy spider.


Solitary grandeur

In a hall full of mirrors

A frightful figure dressed in black

Over red felt

And fearful rats in the night.



False column,

Perverse academy,

A leperous king’s agnosticism

Surround by vast fields of grass

Drinking platonic numbers

At the condemned man’s gallows.

He calculated triangles in the stars,

measuring stellar coordinates

with a watch

as Paraguay’s orange night approached.

And even during the death throws of

the condemned man seen from his window

he had his hand on the lock of captive twilight.


Study materials strewn on the table

His eyes were fixed on the spir of the firmament

In the shifting crystals of geometry

While the intestinal blood

of the man slain by bayonnet buts

flowed down the stairs,

Drunk up by green swarms of flickering flies.


He closed off Paraguay

Like a nest for his Majesty

He tied torture and mud to its borders

When his siluet passes by the street

The indians glance at the city walls

As his shadow bounces off them

Creating two walls of shivering fear.


When death came to Doctor Francia

He was motionless and dumb

Alone in his cave and

Tied down within himself,

By the ropes of paralysis.

He went through his final agony and died alone

Without anyone entering the room.

For no one dared to knock on the master’s door.


Tied up by these serpents

Speachless and with his brain boiled

He died lost in the solitude of his palace

While night, established like a university chair

Devored the miserable capital columns

Sprinkled with martyrdom



El doctor Francia


El Paraná en las zonas marañosas,
húmedas, palpitantes de otros ríos
donde la red del agua, Yabebirí,
Acaray, Igurey, joyas gemelas
teñidas de quebracho, rodeadas
por las espesas copas del copal,
transcurre hacia las sábanas atlánticas
arrastrando el delirio
del nazaret morado, las raíces
del curupay en su sueño arenoso.

Del légamo caliente, de los tronos
del yacaré devorador, en medio
de la pestilencia silvestre
cruzó el doctor Rodríguez de Francia
hacia el sillón del Paraguay.
Y vivió entre los rosetones
de rosada mampostería
como una estatua sórdida y cesárea
cubierta por los velos de la araña sombría.

Solitaria grandeza en el salòn
lleno de espejos, espantajo
negro sobre felpa roja
y ratas asustadas en la noche.
Falsa columna, perversa
academia, agnosticismo
de rey leproso, rodeado
por la extensión de los yerbales
bebiendo números platónicos
en la horca del ajusticiado,
contando triángulos de estrellas,
midiendo claves estelares,
acechando el anaranjado
atardecer del Paraguay
con un reloj en la agonía
del fusilado en su ventana,
con una mano en el cerrojo
del crepúsculo maniatado.

Los estudios sobre la mesa,
los ojos en el acicate
del firmamento, en los volcados
cristales de la geometría,
mientras la sangre intestinal
del hombre muerto a culatazos
bajaba por los escalones
chupada por verdes enjambres
de moscas que centelleaban.

Cerró el Paraguay como un nido
de su majestad, amarró
tortura y barro a las fronteras.
Cuando en las calles su silueta
pasa, los indios se colocan
con la mirada hacia los muros:
su sombra resbala dejando
dos paredes de escalofríos.

Cuando la muerte llega a ver
al doctor Francia está mudo,
inmóvil, atado en sí mismo,
solo en su cueva, detenido
por las sogas de la. parálisis,
y muere solo, sin que nadie
entre en la cámara: nadie se atreve
a tocar la puerta del amo.

Y amarrado por sus serpientes,
deslenguado, hervido en su médula,
agoniza y muere perdido
en la soledad del palacio,
mientras la noche establecida
como una cátedra, devora
los capiteles miserables
salpicados por el martirio.

1 comment:

Arturo Vasquez said...

Dadme el silencio, el agua, la esperanza.

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Apegadme los cuerpos como imanes.

Acudid a mis venas y a mi boca,

Hablad por mis palabras y mi sangre